viernes. 29.03.2024

SUSPENSIÓN DE PLAZOS Y JUICIOS: Y EL CORONAVIRUS PARÓ EL TIEMPO

Todos sabemos que la vida del abogado es altamente estresante. Nos encontramos con que, prácticamente a diario, hemos de lidiar con el estudio de los asuntos, atender a los clientes y a los compañeros, realizar gestiones ante organismos públicos y Juzgados, formación continua, gestión del despacho, marketing, etc. Y aun así, creo que tales cometidos no son los que más ponen a prueba nuestro sistema nervioso; de ello se ocupa, principalmente cumplir con los plazos procesales en tiempo y forma y con las comparecencias en juicio. 

Cualquiera de nuestros quehaceres, de los citados en primer lugar, admiten ser postergados en caso de agobio en la mayoría de los casos. Sin embargo… los plazos y los juicios… tienen su día; y hasta su hora, y no hay excusa que valga. En verdad os digo que si no se respetan, más nos hubiera valido atarnos una piedra al cuello y arrojarnos al mar. Pasarse, no ya por un día, sino por unos minutos va a suponer, el mejor de los casos, importantes quebraderos de cabeza para el abogado, y si la cosa se tuerce definitivamente se incurrirá, al menos, en responsabilidad civil…; sería el llanto y el crujir de dientes. De ahí que tales menesteres, con razón, son los que más nos angustian.

Así, no son poco frecuentes los días en los que nos toca terminar dos plazos que nos vencen al día siguiente, uno de ellos complicado, darle el último repaso a un juicio, también para mañana, y además solemos tener apuntadas dos llamadas a sendos compañeros que debemos hacer ya que nuestros clientes esperan saber si hay “fumata blanca” respecto de ese acuerdo que no termina de alcanzarse; debemos atender las llamadas urgentes que no admiten espera; y revisar las notificaciones, sabiendo que a, buen seguro, varías de ellas vienen con una “mina oculta” dentro; asimismo no podemos olvidarnos de cuestiones pendientes que tenemos anotadas en la agenda y que ya hemos pospuesto en varias ocasiones. 

Quién, en esos momentos, no ha deseado: ojalá pudiera parar el tiempo, detenerlo, y ya puestos, dejarlo así, parado; durante al menos una semana. Pensamos: eso me permitiría hacer lo urgente con más tranquilidad y luego me pondría con todo aquello que, por no estar sometido a plazo, comienza a quedarse rezagado; esa demanda de un tema poco habitual que requiere de un estudio suplementario, esas gestiones pendientes en organismos públicos…”. Pero claro sabemos, por la Teoría Especial de la Relatividad (Albert Einstein), que el tiempo solo se detiene si viajamos a la velocidad de la luz; lo que, de ser posible, que no lo es, provocaría que nuestra masa se transformara hasta el punto de que reventaríamos como un siquitraque. También podríamos lograrlo aproximándonos a un agujero negro (se explica muy bien en la magnífica película Interstellar -Cristofher Nolan, 2014), pero a día de hoy no es más que un sueño. 

Y en esas llegó la pandemia, y con ella el decreto que declaró el estado de alarma y la suspensión de plazos y vistas. Y con el coronavirus… se detuvo el tiempo

Cuando escribo esto los abogados llevamos ya casi un mes con el tiempo parado procesalmente hablando. A estas alturas los agobios de los plazos, de los señalamientos, de las gestiones urgentes para ayer, del bombardeo de las llamadas telefónicas, de la demanda que tiene que salir ya, nos parecen cosas de un pasado muy lejano que comenzamos a añorar; y ahora nos damos cuenta de que todas esas luchas cotidianas, todos esos esfuerzos para que se hiciera justicia era lo que hacía que nos sintiéramos abogados, en definitiva, que nos sintiéramos vivos. Y es que hay que tener cuidado con lo que se desea, porque puede que se cumpla.

En estos momentos la contienda es otra, la de conseguir vencer la pandemia con el menor coste en vidas posible, y en esta ocasión a los abogados nos ha tocado quedarnos en la retaguardia. Nuestra contribución viene más por la vía pasiva (salvo la asistencia al detenido y algo más) de quedarnos en casa; y se nos hace duro acostumbrados como estamos a una actividad diaria frenética y a ocupar la primera línea de fuego en batallas como la defensa de valores tan esenciales en un estado de derecho como el principio de presunción de inocencia o en coadyuvar a que se dé a cada uno lo suyo, que no otra cosa es hacer justicia. 

No debemos preocuparnos, más pronto que tarde volveremos a estar en la brecha, los estrados nos esperan; a nuestros despachos seguirán llegado pleitos “perdidos” y antieconómicos pero necesitados de que se haga justicia y cuya llevanza aceptaremos aunque solo sea por esto último. Quiero terminar con un homenaje a los que ya no están por causa de la pandemia, y de forma muy especial a todos aquellos que han perdido la vida ayudando a que otros la salven, refiriéndome a la parte final del Discurso de Gettysburg de Abraham Lincoln:

Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.

Manuel García Orellana. Abogado en ODESA ABOGADOS.

'Cuando el coronavirus paró el tiempo', por Manuel García Orellana