viernes. 29.03.2024

Begoña Anguiano. Hasta ahora, la creencia que teníamos del psicólogo era algo negativa: “A ese van los que están mal”, “Estoy muy triste y no sé qué hacer”, “El psicólogo es para cuando estás loco…”. Lo cierto es que han sido muchos los años a los que la psicología le ha dedicado su tiempo a las patologías, enfermedades, los déficits, o a cualquier tipo de trastorno emocional o conductual.

Fue por eso, por lo que ya en el año 2000 se empezó a hablar de Psicología Positiva. Tal y como determinó el padre de esta corriente, Martin Seligman, su objetivo es comenzar a catalizar un cambio en el eje de la psicología, de la preocupación exclusiva por reparar las peores cosas en la vida, a la construcción de las cualidades positivas.

Ésta es una “ciencia emergente” gracias a la cual podemos conseguir el mayor bienestar subjetivo o felicidad; porque resulta que igual que aprendemos a tener miedo a un león, o a estar tristes o enfadados si algo no sale como esperamos, también podemos aprender a ser más felices o saltar obstáculos y dar a las cosas la importancia que merecen.

Tendemos a pensar que la felicidad depende de lo que nos ocurre alrededor, barremos hacia fuera buscando algo que nos llene por dentro; y lo cierto es que no podemos controlar todo lo que ocurre en nuestro entorno, ni podemos cambiar a los demás. Como dijo Lao- Tsé: “Un viaje de mil millas comienza con el primer paso” .

Ese primer paso, sería nuestra actitud, la actitud que ponemos a la vida, es la que va a dilucidar nuestro bienestar. William James dio con la clave: “El más grande descubrimiento de mi generación es que un ser humano puede cambiar su vida si cambia su actitud”.

“Un viaje de mil millas comienza con el primer paso”