jueves. 28.03.2024

Toñi Martínez. La historia, guiada por las alas caprichosas del destino, ha querido que nuestra generación viva momentos cruciales para el futuro del mundo. Un devenir que deberá estar regido y conducido por unas normas de convivencia que sean aceptadas por todas las personas para facilitar la vida en sociedad de todos sus miembros de un extremo a otro del mundo, y que nos permitan sentirnos libres mientras nos detenemos a contemplar la libertad en los demás.

El saber estar forma parte del llamado protocolo social, entendiendo lo social como el conjunto de interrelaciones de los seres humanos entre sí y con los restantes miembros del grupo social al que pertenecen o con otros. Aristóteles ya definió al hombre como un animal social. Sería ya en el siglo XIX cuando el sociólogo Durkheim estudió el proceso de socialización mediante el cual el ser humano adquiere paulatinamente los elementos de una cultura y la asimilación progresiva de un tipo de conductas.

El saber estar se construye con el uso de la cortesía, de la urbanidad,  los buenos modales y de la educación.

La cortesía es el resultado de la suma que generan el respeto, la tolerancia, la afabilidad y la amabilidad. Este resultado final será el de una cortesía que se traduce en respeto a la persona, comprensión hacia ella, en energía y capacidad de mando. Sí, no se me asombren: capacidad de mando. En palabras de nuestros clásicos, el equivalente sería el dicho de “lo cortés no quita lo valiente”.

La urbanidad y los buenos modales hacen alusión al comedimiento y a las acciones externas de una persona por las que se hace singular entre las demás, dando así a conocer su <<buena o mala educación>>. Nuestras acciones irán siempre acompañadas de nuestro lenguaje corporal. Caminar con elegancia, por ejemplo, es señal de una persona con estilo y se asocia a una persona con buenos modales. Por el contrario, ver a una persona sentada con las piernas abiertas o vociferar denota inelegancia que, de manera inconsciente, lo atribuiremos a una persona mal educada.

La educación la observamos en el color, desteñido o vivo, que tienen las actitudes y costumbres, las formas de hacer o comportarse que son el cimiento de la convivencia y la expresión de la democracia. La educación es el <<vestido>> que lleva puesto el ciudadano. Unas veces lo encontraremos con una prenda confeccionada con tela de baja calidad y de color pardo (mala educación), mientras que otras podremos recrearnos viendo una indumentaria realizada con tela de excelsa calidad y bello colorido (buena educación). Tanto en un caso como en otro, merece nuestros buenos modales por cortesía.

Saber estar es cuasi una obligación en actos y lugares cotidianos para el bienestar común de los ciudadanos, como pueden ser, ir por la calle, utilizar el transporte público, cruzar unas puertas, respetar un lugar para no fumadores o comportarnos de manera respetuosa en nuestro propio lugar de trabajo. Pregúntese:

-         ¿Respeto la cola en el supermercado?

-         ¿Tiro los papeles que llevo en el bolsillo a la papelera?

-         ¿Le hablo de manera impecable a mis compañeros de trabajo?

Sea sincero consigo mismo a la hora de autorresponderse. Cuando lo haya hecho no deje de pensar en aquella célebre frase de nuestro universal hidalgo manchego, Cervantes, que decía: “hagamos bien a todos y el mal a nadie”.

Esta época de la globalización, en todos los aspectos de la vida, requiere de personas que hayan sabido estar, sepan y sabrán estar. Sin duda alguna, es la mejor forma de ceder un constructivo y pacífico legado para el futuro de las generaciones venideras. No te importe el lugar donde  practiques ni la raza de la persona con la que pongas en acción “tu saber estar”.

El saber estar