sábado. 20.04.2024

Lito tocaba diana, vestido de soldado, a las siete de la mañana en el patio del cuartel, junto al barracón donde aún dormía Lota. ¡¡¡TARARIII!!!

—Arriba, Lota, que la princesa Eleanor está al llegar para empezar su instrucción.

Lota se revolvió en el catre, detestaba madrugar. Como no paraba el chirrido infernal de la corneta, se levantó, sacó una bomba de mano de su petate, le quitó la anilla, abrió la ventana, la metió con disimulo en la dichosa corneta que seguía tronando y… ¡BANG!

El pobre Lito quedó tras la explosión hecho pura carbonilla negra.

—¿Quién ha sido? ¿Quién guarda bombas de mano? ¡Que lo mato!

Lota acudió con el estruendo, ya vestida también de uniforme y con el petate al hombro. Fingía no saber lo que había pasado, muy interesada en ayudar a Lito a buscar al autor de semejante ataque traicionero. Lito dijo:

—¡Qué disgusto! Voy a fumarme un pitillito.

Sacó un cigarrillo, para fumárselo de contrabando. Vio de reojo que se acercaba el sargento Filiberto y arrojó muy asustado el cigarrillo, que fue a parar al petate de Lota, prendió la tela, otra de las bombas de mano que guardaba y… ¡¡BAUMMM!!

Lota quedó chamuscada del todo, tiznada de negro, estirados los pelos. Lito le dijo:

—Deberías abrirte una póliza de seguros.

—¿Seguro? ¡Grrr!

El sargento Filiberto les cogió de una oreja y les dijo:

—Ya está bien de gandulear. ¡A instrucción! Cojan sus fusiles.

Lota agarró diligente su fusil y se lo echó al hombro muy rápido. Justo detrás oyó un alarido enorme: “¡UAHHH!”. Era el pobre sargento Filiberto, que tenía la bayoneta del fusil de Lota clavada en el gaznate, atravesándole todo el pescuezo. Lota dijo:

—Vaya, tenemos unas armas súper modernas. Como del siglo XIX.

Retiró el fusil con la bayoneta. El sargento Filiberto se desplomó en la tierra. Tuvieron que taparle el agujero del gañote con vendas y reanimarlo.

Lito vio que era su oportunidad de dejar a Lota en ridículo y hacer méritos con el sargento. Tomó su fusil y presumió delante del sargento Filiberto, quien le dijo:

—No temas. Maneja el fusil. En la instrucción están siempre descargados.

¡¡BANG!! Con los nervios, Lito apretó el gatillo. La bala salió del fusil y dejó chamuscado todo el rostro del sargento, a quien se le llevaban los diablos.

—¡Grrr! Bueno, CASI siempre. ¡Cuando pille al cabo furriel!

—Glub. Yo… yo… —decía Lito—. No me he dado cuenta.

Sudaba de angustia lo más grande. Ahora era Lota la que se reía de él a sus espaldas.

—Se acabó —dijo el sargento—. ¡Marcha, a paso ligero!

Les tuvo corriendo diez quilómetros alrededor de toda la base. Lito no podía más, pensó: “Yo salto la alambrada y me largo de aquí”. Corrió a la alambrada, se agarró y: “¡ARGHHH!” Se encendió entero amarillo, temblando con espasmos hasta los dientes.

—Maldita sea —dijo—. Olvidé que está electrificada.

El sargento Filiberto abrió la puerta de la alambrada y dijo:

—Señor, si quería irse, haberlo dicho. ¡Adelante!

Lito vio el campo abierto delante de sí, atravesó la puerta cual raudo conejo y corrió a través del terreno fuera de la alambrada, agitando los brazos. Dijo:

—Por fin libre. Adiós trabajito. Adiós, sargento Filiberto. Ya nada me detendrá.

Pisó fuerte el suelo y… ¡¡BANG!! Salió despedido por el aire, a mucha altura. Aterrizó en el campo, más chamuscado que un tizón, dándose un golpazo tremendo.

—¡Grrr! Era un campo de minas. Ese sargento me va a oír. ¿Dónde está?

Le buscó enfurecido por toda la base. Por fin divisó su uniforme, de espaldas, en el campo de tiro. Lito se acercó por detrás, se arremangó el puño derecho.

—Le atacaré por la espalda, jejeje. Menudo golpe se va a llevar.

Asestó un puñetazo Lito al uniforme y vio las estrellas. “¡IAIAHHH!”. Se hizo cisco la mano. Al dar la vuelta para verle la cara, vio que el uniforme estaba colgado de un grueso poste de madera, simulando un blanco de guerra en el campo de tiro.

Al fondo del campo, el sargento Filiberto dio a sus hombres la orden de disparar. Los soldados abrieron fuego contra el poste y de paso contra Lito. ¡RA-TA-TA-TA!

Temiendo que fuera demasiado tarde, Lito corrió a la charca cercana para camuflarse. Se zambulló en la charca y no salió hasta que se acabó el tiroteo de las prácticas. Les dijo:

—¿Veis? No me habéis hecho nada. Pero nada de nada. Joersus.

Sin embargo, de los diez agujeros de su cuerpo, comenzaron a brotar chorros de agua. Lito se volvió mustio. El sargento y los soldados le señalaban y se reían a carcajadas.

Los altavoces del cuartel tronaron: “Llega la princesa Eleanor. Saludará en la tribuna a las autoridades, antes de dar comienzo a su instrucción en el campamento.” Lota dijo:

—Es nuestra oportunidad de pillar algo. La cumplimentaremos también y… jajaja.

La joven princesa honraba a todas las autoridades. Después llegó Lito, hizo que le besaba la mano y con disimulo le quitó el anillo del dedo. La princesa le dijo:

—¿Qué es eso que tienes en la mano? ¿No lo habrás cogido?

—¿Yo? No, alteza. Es mi pastilla para los nervios en semejante evento.

Lito se echó el anillo a la boca y se lo tragó. GLUPPP. Los ojos le bizquearon y le lloraban, se puso rojo, le salían vapores por las narices. Se derrumbó dando convulsiones. Cuatro soldados le llevaron deprisa al hospital más cercano, donde le hicieron un lavado de estómago, le dieron fuertes laxantes y al final evacuó el anillo.

—¡Brrr! —dijo—. Ni siquiera era un diamante, sino un anillo de jovencita.

Por su parte, Lota también logró saludar a la princesa, inclinándose en una reverencia, con tal habilidad que le birló el collar que llevaba en su cuello juvenil. Como no sabía dónde esconderlo, Lota deslizó el collar en el cañón de su fusil.

La princesa le hizo un gesto grácil al sargento Filiberto, quien ordenó a Lota:

—Únase a los demás soldados. Disparen una salva en honor de la princesa.

Lota obedeció. Creyó que se escapaba con el collar, disimulada entre los otros soldados. Pero tuvo que disparar la salva de honor, al mismo tiempo que los demás. El collar metido en el cañón impedía que su fusil disparase, estaba atrancado. Lota apretó el gatillo una y otra vez, desesperada, hasta que… ¡¡PAAMMM!! Le estalló el cañón del fusil justo delante, dejándole el rostro más quemado que las Fallas después de la mascletà.

DOÑA ELEANOR, OJO A VIZOR