El flamenco es una forma de vida. Desde la niñez, muchos andaluces lo sienten y viven como una parte más de sus infancias, llegando a calar en muchos, hasta convertirse en, por qué no, una profesión. Así fue para Ruven Jiménez Urbano, que, desde su natural Doña Mencía, siempre sintió y vivió el flamenco como una parte más de su ser, hasta conseguir elevarlo a un nuevo nivel vanguardista, junto a su fagot.
¿Desde cuándo te viene el amor por el flamenco y cómo de importantes fueron tus abuelos?
Realmente, el propio amor que tengo por el flamenco me vino en primero de carrera. En 2015, yo me mudé a Pamplona para estudiar en el Conservatorio Superior de Música de Navarra. Cuando llevé algunos meses viviendo fuera, sentí mucha nostalgia y una necesidad de volver a conectar con mis raíces. No obstante, yo ya componía con un lenguaje nacionalista, muy unido al del flamenco. De hecho, la primera obra que estrené, en 2014, hace justo diez años, fue PASIÓN SEGÚN SAN LUCAS, y ya tenía ritmos y melodías aflamencadas, pero nunca había probado a tocar algo similar con mi fagot. En mi opinión, fueron unos meses en los que sentí mucha soledad y tuve tiempo para escucharme. Y lo recuerdo como el momento en el que por poco abandoné mi carrera para dedicarme a otra cosa totalmente distinta, porque me di cuenta de que, aunque hubiera dedicado una década a las orquestas, las cuales eran mi aspiración profesional, no eran algo que me fuera a hacer feliz y, sobre todo, a hacer una persona que se sintiera realizada. En el verano de 2016, se me dio la ocasión y probé a tocar algo flamenco con un guitarrista de mi pueblo, Enrique Ordoñez. Fue ahí cuando sentí una libertad sin igual y tuve claro que tenía que indagar en ese camino.
Con respecto a mis abuelos, no sé si esa nostalgia con la que me encontré fue directamente por ellos, pero está claro que haber nacido donde he nacido ha sido algo fundamental. Siempre he tenido esa influencia por el ambiente, por lo que sale en televisión o por la música que, a veces, se escuchaba en casa, tanto de mis padres como de mis abuelos. Y la verdad es que esa sonoridad del flamenco ha sido algo que me ha atrapado desde muy pequeño. Lo que sí soy consciente es que mis abuelos han sido un gran apoyo y de ellos he heredado mucho de lo que hoy representa la cultura y la música para mí; además de, en general, como persona, porque han sido mi ejemplo a seguir en muchos sentidos. Mi abuelo Pedro me enseñó la perseverancia en el trabajo. Mi abuela Felisa, que tenía degeneración macular, me enseñó que nada de este mundo, por mucho que te digan, es imposible. A ella se le paralizó esta enfermedad degenerativa durante los últimos años, cosa que no es nada habitual. Aún así, seguía teniendo muy, muy poca visión por un ojo y por el otro no veía nada y, a pesar de ello, siguió pintando hasta el último día que vivió. Esos son mis dos abuelos por parte de mi madre, los cuales sé que me cuidan y me guían desde el otro lado.
Por parte de mi padre, mi abuelo Juanito me inculcó la humildad y la bondad. Y mi abuela Luz siempre ha creído en mí. A ella le he ido contando todos los cambios que he ido realizando y presentando de mi fagot. Ella, por muy disparatado que pareciera, me decía: “No, si tú sabes muy bien lo que haces”. Así que ella me ha enseñado algo que es fundamental, y que no es otra cosa que ser honesto conmigo mismo y creer ciegamente en mí, en mi intuición y en lo que he ido sintiendo personal y profesionalmente. Ellos han sido, y mi abuela Luz lo sigue siendo hasta el día de hoy, uno de mis grandes apoyos.
Al ser el primer músico de la familia, ¿Cómo fue el apoyo de tus padres en este camino?
Al principio no hizo falta decir nada. Mi madre fue la culpable de que acabara estudiando en el conservatorio. Fue ella quien me preguntó si quería apuntarme al ver que me gustaba mucho la música. Recuerdo que elegí el fagot junto a ella, los dos sentados en el auditorio del Conservatorio Profesional de Música de Lucena. Pero a mí, al principio, se me daba muy mal la música. Me gustaba mucho, pero se me daba tremendamente mal. Entonces, ellos vieron cómo me esforzaba, cómo era algo que me apasionaba y cómo, los primeros años, me fui superando a mí mismo. Como éramos pocos fagotistas, me empezaron a llamar muy joven para colaborar con bandas y orquestas de mi zona, y poco a poco fui moviéndome, primero a nivel regional y poco después a nivel autonómico y nacional.

Mis padres siempre han estado ahí para llevarme y acompañarme a todos los lugares donde actuaba y, aún antes, para comprarme un instrumento con el que pudiera aprender y avanzar. Soy consciente de que no fue fácil porque fueron los años de la crisis económica y mi padre fue una de esas personas que lo pasó realmente mal. Pero él se buscó la vida y dio lo mejor por su hijo. Fue gratificante, pero no algo fácil. La verdad es que les agradezco y valoro enormemente todo ese sacrificio que hicieron. En ningún momento dejaron de creer en mí ni me obligaron, aunque fuera indirectamente, a seguir otro camino ajeno a la música o al arte. Sí es verdad que siempre me han dicho que tenga un plan B, pero he estudiado aquello que he querido, el instrumento que he querido y, posteriormente, he desarrollado los proyectos que he querido y que han estado alineados con mis ideas y sentimientos. Siempre he tenido su apoyo y su admiración.
El fagot y tú sois uña y carne pero, ¿Por qué un instrumento como el fagot?
Como comentaba, era nefasto en todo lo que tuve que afrontar al principio al cursar las enseñanzas elementales de música en el conservatorio. Lo primero es que me inscribí a los nueve años, un año más tarde, y en la prueba de acceso entré por los pelos. Por esas dos razones, no tuve muchas opciones a la hora de elegir instrumento y menos de elegir uno que fuera conocido. Todos eran, para mí y por aquel entonces, igual de raros. Tampoco era prueba porque no conocía ni siquiera la flauta travesera. En ese acto, presentaron y tocaron los instrumentos que eran más desconocidos. El que fue mi profesor durante los primeros cuatro años, Ricardo Balaguer, tocó el tema principal de la banda sonora de D'Artacán y los tres mosqueperros. Como yo había visto esos dibujos animados y me sonaba la canción, simplemente nos llamó la atención, a mi madre y a mí, y elegí el fagot como podría haber elegido cualquier otro.

Lo que no te sabría responder es por qué no me cambié al cabo de los años, porque no era un instrumento que me haya gustado especialmente. Además de que era muy incómodo para un niño, era literalmente más grande que yo y muy pesado. Y ya ves, yo no he sido tampoco un niño alto y siempre he estado muy delgado. Yo creo, y además que lo tengo comprobado, que al final son cosas que tienen que pasar por justicia divina (por destino). Yo tenía claro que no quería dejar la música, pero, como digo, podría haberme cambiado perfectamente de instrumento. De hecho, estuve estudiando el clarinete algunos meses en una escuela de música, sobre todo los meses de verano. Esto fue porque yo tenía un clarinete que me regaló mi abuelo Juanito, que él compró y que nunca llegó a aprender a tocar. Recuerdo que me lo regaló cuando cumplí 10 años. Dejé de tocarlo porque de repente se rajó la madera, pero todavía lo conservo con mucho cariño.
Los artistas y músicos pueden llegar a ser muy supersticiosos ¿Tienes algún ritual antes de actuar?
Pues, en verdad, nada en especial. Simplemente intento relajarme (porque soy una persona un poco nerviosa), conectar conmigo mismo y con la emoción del momento. Para mí, es muy importante el estado vibracional en el que nos encontremos, la emoción del momento, para empezar a construir desde ahí, desde la más pura honestidad. De hecho, para eso me ha ayudado mucho, aparte de la meditación, el postgrado que he realizado en la escuela Central de Cine de Madrid. Esta es, bajo mi opinión y experiencia, una de las mejores escuelas de interpretación para actores, especializada en el medio audiovisual, a nivel nacional. Quise estudiar en esta escuela durante dos años para, en primer lugar, interiorizar cómo trabajan los actores a la hora de realizar un análisis activo o la construcción de un personaje. Yo estoy graduado en las Enseñanzas Superiores Artísticas de Música. Se supone que mi especialidad es la interpretación de mi instrumento, pero, después de catorce años de carrera, no tenía ni idea de cómo afrontar un proceso interpretativo.

Creo que fue fundamental para mí camuflarme como si fuera un actor más para traspasar ese modus operandi a la música y, concretamente, a algo tan visceral como es el flamenco. En segundo lugar, también me ayudó no solo a saber desenvolverme delante de una cámara, sino a adquirir las destrezas en cuanto a la teatralización o performance que empiezan a tener mis propuestas escénicas, y que era algo que siempre he querido implementar, sabiendo lo que hacía y de manera profesional. De esta etapa, la cual complementé con mi trabajo, me llevo a muchísimos compañeros, actores y actrices increíbles, y la oportunidad de aprender de profesionales como Antonio Raposo y Juancho Calvo (mis primeros profesores), y muchos otros tantos como Elena Sanz, Javier Alcina, Antonio Naharro, Isabel Gaudí, Carmen Rico o Josevi García Herrero. La verdad es que he tenido la suerte de dar clase con los mejores fagotistas que existen internacionalmente, pero hay cosas, y sobre todo para el camino tan bonito, pero a la vez independiente, que he elegido, que no me podía enseñar un músico, por mucho nombre o por mucha eminencia que fuera.
¿Cómo has encontrado esa simbiosis única hasta la construcción de tu actual fagot flamenco?
Tras presentar todo de manera inédita durante los años 2017, 2018 y 2019, produje un pequeño documental llamado EL NACIMIENTO DEL FAGOT FLAMENCO, donde se podían ver aquellos instantes que surgieron de ese mágico alumbramiento. Tras esto, coincidiendo también con la pandemia y el confinamiento, entré en un periodo de introspección que, al final, me llevó a rediseñar la organología (construcción) de dos instrumentos. Primero, del fagotino, que lo presenté en 2022 bajo el nombre de “fagotiño”. Y, en segundo lugar, del fagot, que lo presenté en 2023 como el propio nombre de “fagot flamenco”. Actualmente, ambos instrumentos tienen la misma imagen visual, en forma de V (por ello el cambió de mi nombre, de Ruben a Ruven), y son como dos nuevos modelos de la familia del fagot, porque tienen un sonido completamente diferente al fagot que tradicionalmente podemos escuchar. Es verdad que me gustaría aclarar que, aunque lo llame “fagot flamenco”, lo siento más como mi propia propuesta de un instrumento flamenco, ya que está diseñado en base a mis influencias, sobre todo del mundo árabe, y al sonido tan personal que he querido extraer para construir mi música. Es decir, no lo he diseñado, en principio, para que sea en un futuro el modelo del fagot estándar que se deba usar en el flamenco. Seguramente lo sea, pero al final me gustaría que se recordara más como el fagot de Niño Ruven.
Lo que después me pasó es que he querido, como siempre, ser fiel a mí niño interior y terminar de consolidar todo aquello que quería que se integrara en el abanico de mi arte. Una parte fundamental para mí era incluir el elemento del baile flamenco, porque con mi fagot tocaba cantes y falsetas, además de las percusiones del baile utilizando el propio instrumento. Pero soñaba con utilizar los pies, con acompañarme a mí mismo haciendo uso del zapateado que es ya algo propio del baile netamente flamenco. También, como he hecho alusión antes, soñaba con poder actuar o interactuar en el escenario como si fuera un actor o un bailaor. A eso me refería antes con lo de la performance. Esa es la última novedad que he presentado este año, en un acto conmemorativo que tuvo lugar el pasado 1 de junio en mi pueblo. Diez años de búsqueda artística para llegar a materializar, interiorizar y presentar todo. Para llegar hasta esta meta concreta ha sido indispensable la intervención de mi pareja, Víctor Mayol. Y tenía que ser este año porque es cuando he podido aunar mi parte artística con mi parte personal. No sé cómo, pero siempre he sabido escuchar a la vida y me he visto inmerso, muchas veces sin pretenderlo, en los pasos que esta me ha ido marcando. Tengo el presentimiento de que este año 2024 ha sido, sin lugar a dudas, el que va a marcar un antes y un después en mi vida.
¿Qué cosas mágicas te ha traído este año 2024?
Para entenderlo, me tengo que retraer al año pasado, cuando decidí cambiar mi nombre a Ruven, con V, por la entonces nueva imagen de mi fagot flamenco y del fagotiño, ya que esta me recordaba a una V en vez de a una B minúscula. A raíz de esto, tenía en mente cambiarme también el nombre en el registro civil, como el que se hace un tatuaje. Lo importante de entender es que he tenido la sensación de que, durante todos estos años atrás, han pervivido mi lado artístico y el más personal como si estuvieran separados. Y este año, entre ese cambio de nombre y otras cuestiones, quise marcar esa unión, intentando adecuarme más a un estado pleno de claridad y propósito, porque solo puedo llegar a ciertos lugares si ambos lados permanecen inherentemente unidos, para ser como la persona que internamente siempre he soñado.

Precisamente gracias a ello, creo que he podido afrontar este último gran reto de integrar el zapateado en mi ejecución musical. Todo ello lo explico en una entrevista que me hicieron por mi cumpleaños, pero, precisamente, en esta entrevista acabé diciendo justo lo que me he tenido que aplicar y repetir durante todo el 2024: las cosas no siempre —y, en mi experiencia, nunca— ocurren como lo teníamos planeado. Transcurren de una manera diferente, pero que, mirando con retrospectiva, es mucho mejor de lo que habíamos planeado. Lo que está claro es que la vida es tan sabia que no me podía imaginar lo que realmente tenía preparado para mí el 2024. Yo siempre he trabajado de manera individual y me he dado cuenta de que, para este tipo de proyectos, es mucho mejor si vas acompañado de una persona que sea alguien íntimo y de tu completa confianza. No obstante, esa individualización era algo necesario para construir la hibridación entre el fagot, el zapateado y el flamenco, y encontrarme a mí mismo dentro de ese mestizaje.
A decir verdad, he de admitir que este año ha sido el desastre más hermoso que jamás pude imaginar. Paradójicamente, el más bonito y significativo de mi vida, pero, a la vez, el más duro, sin lugar a dudas. Lo he vivido como unos meses en los que mi antiguo yo se ha desvanecido por completo, mientras esa nueva energía aún se adaptaba a mí. Y ha sido un año en el que he tenido que afrontar muchos retos e imprevistos personales. Pero, sin embargo, he aprendido a creer en mí en todos los sentidos, a confiar en ese poder interno que todos tenemos y en mi intuición, para demostrarme a mí mismo que puedo con todo lo que se me ponga por delante. Además, no estaba en mis planes que la vida me hiciera conocer a mi actual pareja, Víctor Mayol, quien no solo me ha ayudado con el zapateado, sino que también me ha apoyado en todos los sentidos y sigue ayudándome cada día a ser mejor artista y mejor persona. Realmente quiero mencionar, porque así lo pienso y lo siento, que él es lo mejor que me ha pasado en toda mi vida: un regalo mágico e inesperado que el destino me tenía preparado. De verdad, jamás imaginé que en este mundo pudiera existir alguien tan entrañable, único y maravilloso como él. Le admiro profundamente y me siento la persona más afortunada del mundo de que forme parte de mi vida. Él sabe cuánto le agradezco por cómo me trata, por su manera de comportarse conmigo, y que literalmente daría todo por él. Fue su reaparición en marzo de este año lo que, con el tiempo, me ha permitido darle sentido a absolutamente todo lo que me ha ido sucediendo.
¿Qué premios has conseguido este año y cuáles se han quedado en el tintero?
A principios de año participé en el talent Tierra de Talento de Canal Sur. Si te soy sincero, la verdad es que no me gustan nada este tipo de programas, pero entre unos y otros me convencieron para ir. Quise ir sin ninguna expectativa, disfrutar de la experiencia y, sobre todo, jugar como el niño que sigo siendo. En la fase de admisión llevé mi conocido homenaje a Paco de Lucía por bulerías, el cual gustó mucho y tuvo una tremenda aceptación. El problema fue que me propusieron un reto muy complicado para la siguiente fase, la fase de desafíos. El que me conoce bien sabe que soy una persona muy perfeccionista y coherente, y que no me las doy de absolutamente nada. Pero pienso que no fue complicado por mí. Me tocó adaptar con el fagot la banda sonora de Harry Potter pasándola como a una estética flamenca. Hice un medley, por toques de las minas (taranta) y bulerías, en el que recopilé por orden cronológico inverso las melodías más bonitas de esta. Hice un proceso interpretativo y compositivo como si el protagonista, al terminar la última película de la saga, recordara todo el proceso que ha pasado y con el que ha crecido, hasta llegar a la niñez. Para el que me sigue, sabe que la niñez es otro símbolo de mi arte, el cual relaciono con nuestra verdadera esencia, donde somos libres de ser y de sentir. Como digo, fue un reto para mí tanto la adaptación como la propia ejecución, del cual estoy tremendamente orgulloso, pero siento que el jurado no estaba preparado para calificarme, ni a nivel compositivo ni a nivel instrumental, sinceramente. Una persona del jurado, y del mundo de la música, me valoró diciendo, en primer lugar, que no sabía absolutamente nada del fagot, y, en segundo lugar, que le había transmitido ansiedad por lo rápido que iba. Esa es una de mis señas de identidad: la rapidez y limpieza que tiene mi interpretación.

El final de este año ha sido sorprendente y muy motivador, ya que conseguí ser uno de los premiados en la primera edición del Festival de Jóvenes Talentos Musicales de la localidad de Alado (Murcia). Fue un momento también muy entrañable porque vinieron a verme por primera vez muchos de los familiares de mi pareja, el bailaor Víctor Mayol, el cual actuó conmigo como invitado. Él es de un pueblo vecino, de Totana.
También he recibido uno de los premios Al-Andalus Ateneo en Palma del Río, al “cordobés del año” o “cordobés notable”. Lo he dicho ya en muchas ocasiones, pero para mí es inmensamente gratificante el ser reconocido por mi tierra. Yo soy una de las personas que ama a su tierra, que se inspira, evoca y apuesta por ella, ya que mi obra se fundamente bajo los elementos de nuestras raíces. Y soy una persona que lleva el nombre y la cultura popular de mi pueblo, Doña Mencía, de Córdoba y de Andalucía por bandera.
¿Cómo vives la gran acogida y la popularidad que estás alcanzado, sobre todo en televisión?
La verdad es que este tipo de cosas me las tomo con mucha cautela, respeto y, como siempre defiendo, siendo fiel a los ideales de mí mismo. Pero estoy muy contento por la repercusión que este año he tenido, no solo en televisión, sino también en medios de comunicación como este. He aparecido en más de diez espacios televisivos y, para el punto de mi vida y artístico en el que me encuentro, y con el instrumento y la propuesta que realizo, considero que no está nada mal.
Para mí también es fundamental que a través de mí se visibilice mi instrumento. Dicen que una gran aportación que estoy haciendo es dar a conocer y poner en valor al fagot. Es un instrumento sinfónico, que está en todas las orquestas, pero que, al ser tan desconocido, todo el mundo se sorprende. Incluso, muchos que lo conocen nunca lo habían escuchado como solista, y los que están familiarizados con su sonido, como los propios músicos, se sorprenden muchísimo del sonido tan distinto que saco con respecto al clásico. Así que todo esto lo estoy viviendo con muchísima ilusión, pero también, como he dicho, con muchísimo respeto.
¿Qué nuevas metas tiene Niño Ruven para el 2025?
La principal meta que tiene Niño Ruven para el 2025 es recuperar el control de sus redes sociales. Fuera de bromas, quiero compartir todo el material audiovisual que tengo de todos estos años. Y lo hago ahora sabiendo cómo me quiero mostrar a mí mismo y cómo quiero mostrar esa marca artística que estoy consolidando. Además, quiero lanzar mi segundo disco, que será el primero en el que se va a mostrar un fagot flamenco.

Este pequeño álbum se llamará INSTANTES DE UNA METANOIA e integra, como su nombre indica, los momentos en los que se ha ido configurando ese microuniverso artístico y musical de Niño Ruven. Todas las piezas que lo componen están estrenadas. Todas menos la última, PARRESÍA Y OMEGA, una obra que tendré el placer de estrenar en un concierto que realizaré el 22 de marzo de 2025 en el Auditorio de La Chumbera, en el barrio del Sacromonte de Granada, la ciudad donde empezó todo este caminar. Tras ese estreno, abriré un crowdfunding tanto para adquirir este como el primer disco que lancé en 2016. Espero y confío en que pueda alcanzar varios objetivos más que realmente tengo en mente, pero solo si puedo sacarlos adelante con la profesionalidad y el mimo que le doy a todo lo que hago.