viernes. 19.04.2024

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús viene a ser como el remate de las fiestas pascuales cada año. Hemos celebrado el misterio pascual, centro de la vida de Jesús y de la vida de la Iglesia, su muerte y resurrección. Terminado el tiempo pascual, van escalonándose otras solemnidades hasta llegar a esta del Sagrado Corazón de Jesús, como broche de oro del misterio pascual, que por lo demás continua celebrándose durante todo el año.

La fiesta del Sagrado Corazón pone en el centro de la vida cristiana el amor de Dios al hombre. Dios tiene corazón, se ha acercado a nuestro corazón, nos ha tocado el corazón y pide que le amemos con todo nuestro corazón. En Jesucristo ha llegado a plenitud la revelación del amor de Dios al hombre: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único”. En la cruz, Jesús después de muerto recibió la lanzada en su corazón, y al instante salió sangre y agua. A partir de entonces, ese corazón traspasado ha enamorado a millones de personas.

En el Corazón de Cristo contemplamos un amor apasionado de Jesús por cada uno de nosotros. Es el pastor que busca enamorado a cada una de sus ovejas hasta dar la vida por ellas, con más tesón si está más descarriada, y se alegra inmensamente cuando la encuentra. Es el buen Samaritano que se abaja de su cabalgadura para sanar nuestras heridas, cargar con nosotros, subirnos hasta él y restaurarnos en la posada (que es la Iglesia, la comunidad cristiana). Es el siervo que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida. Es el amigo, que nos ha comunicado los secretos de su corazón. Es Jesús, el que nos pide de beber, porque él tiene sed de nuestro amor. Él es el que nos abre los ojos, a los que somos ciegos de nacimiento; el que cura nuestra parálisis y nos hace caminar; el que limpia nuestra lepra contagiosa y nos hace puros de corazón. Jesús el que expulsa todo tipo de demonios de nuestra alma.

El culto y devoción al Corazón de Cristo nos hace entender que Dios es amor, y que en Dios no hay otro movimiento que el del amor. Ni la ira, ni la justicia vindicativa, ni la cólera. Sólo el amor, y un amor a prueba de bomba. Porque no nos ama partiendo de cero, sino que nos ama cuando todavía éramos enemigos, es decir, pecadores. Nos ama cuando reiteramos nuestro pecado, cuando nos olvidamos de su amor y le damos la espalda. Nos sigue amando cuando, llevados por nuestra debilidad, le traicionamos una y otra vez, como si no lo hubiéramos conocido nunca. Pero él no se arrepiente de amarnos, de perdonarnos, de volver a perdonarnos y de regenerar en nosotros un corazón de carne, sensible a su amor, aunque estemos endurecidos por la feria de nuestros egoísmos. 

La fiesta del Corazón de Jesús nos trae al corazón el amor misericordioso de Dios para con nosotros. Vamos descubriendo progresivamente ese amor, precisamente como reacción de Dios a nuestros rechazos. Cuando ya no damos más de nosotros mismos, cuando pensamos que ya no tenemos remedio, cuando nos resignamos a ser como somos, ese Corazón de Cristo nos sorprende con un amor nuevo, que cambia nuestro corazón y nos hace a nosotros generosos con los demás.

Precisamente porque el amor humano es mezquino y calculador, necesitamos acercarnos al Corazón de Cristo para recibir nuevos impulsos y nuevas y renovadas formas de amor. Cuanto más mezquinos somos, más enjuiciadores somos de los demás, más intolerantes, más exigentes. Por el contrario, cuanto más perdonados seamos por ese Corazón que no se cansa de amar y de perdonar, más capaces nos hacemos de reaccionar amando ante todos los desamores que nos rodean.

El Amor no es amado, es ofendido, y busca corazones que le amen más todavía. Esta es la reparación. La fiesta del Corazón de Jesús es la fiesta del amor cristiano. Oh, Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

Mons. Demetrio Fernández: "Sagrado Corazón de Jesús"